sábado, 5 de junio de 2010

Frutilla flash.

Las mejillas rojas de frutilla helada, burbujeante, alcohólica. Siento que me brillan los ojos en la oscuridad, la piel es como siempre la soñé.

El estado alterado de mi espíritu parece haber olvidado el viejo cuento ese del "toque de queda". Ahora se dispone a despertar a cada uno de sus instintos, que yacen dormidos en el viejo placard de las fantasías.
Poco a poco, el arte se tiñe de un violeta tornasol, los destellos provocan en los presentes un perverso complot sentado en las bases de la exquisitez humana. Rituales antiquísimos en los que el hombre devora la carne del hombre, extrae su néctar, lo disemina y lo vuelve vida, deseo, fuego y luego agua.
Ecos de risas que esconden algo. Secretos casi inconfesables para quienes no son de la partida. La típica y endeble frase: "No hablo de mi vida privada"... ¡Por Dios! Es tan gracioso. Las imágenes hablan por si mismas. Los rostros parecen disfrazados de sus propias sensaciones. Emociones viscerales que se manifiestan acorde a la ocasión.
Nadie puede hablar. Miradas que protagonizan, esta vez, una masacre de palabras. No juzgaras...
Y como por arte de la subjetividad absoluta, una ventana gigantesca llega volando hasta mi. Me observa, me inspecciona como quien pretende convencerse de todo lo contrario a lo que piensa. Sus cristales, que son alas extensísimas, se reflejan en la inmensidad de una lluvia de meteoritos. De pronto, su aleteo es tan intenso que transforma el aire en tormenta. Y el apacible cielo es ahora un monstruo enardecido que solo tiene sed de venganza.



                              Leyon, sintiéndose atiborrada de excusas.

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