sábado, 5 de junio de 2010

Involuntariamente

Escribo sin motus propio, es decir, tengo la certera sensación de haberle permitido el paso a mi cuerpo a un ente espectral con forma de zapato italiano, marrón, hermoso... Me posee aun cuando intento persuadirlo de que no lo haga, que de todas manera voy a escribir lo que me dicte, por mera curiosidad. Cuando cierro los ojos en lo que constituye una acción titánica para mi estado espiritual de este momento, es decir, cuando pestañeo, siento que mis parpados son morados como la cebolla, como un arándano del sur, como la piel estropeada por las golpes desafortunados de la sociedad en la que vivo.
El espejismo de este ser desconocido, inventado quizás pero no por eso menos real, me muestra la cara innombrable de una moneda azul brillante. El tedio que me provoca no poder interaccionar con algo que habita mi propio cuerpo es incomprensible, no quiero sentirlo. Sin embargo, no quiero que me abandone, no quiero tener que volver a convivir conmigo misma, con mis otros espectros, los personales.
Le he robado su espacio y ahora reclama lo que le pertenece, lo que vino a buscar. No comprende que mis manos son torpes y no pueden seguirle el ritmo, su presencia es demasiado arrolladora para mis sentidos.
Me dice que afuera las palabras llueven como granizo fuera de estación, que vuelan hormonas y encimas por doquier, que se creyeron el polen del nuevo siglo e intentan por medios insospechados copular con las flores y las mariposas. Le cuesta afrontar su condición de NoSer, se siente casi miserable (y es aquí donde no puedo contener una carcajada enfermiza, baja y muda). Los bióticos que forman parte de los adjetivos colectivos lo ignoran, lo traspasan con grosera indiferencia, y de pronto caigo en la cuenta de que tenemos muchas cosas en común...
Me dice que siente haber vivido un paraíso de amor en el corazón del infierno, entonces freno en seco su chorro de palabras y le aclaro que no se pase de vivo, que esa majestuosidad no le pertenece...
Se da cuenta que me subestimo y me pide disculpas con la mirada, entonces siento un poderoso estrépito que me desgarra desde el centro mismo de las entrañas y sale expulsado en forma de alas, de canción, de verde rayo de sol.
El miedo se transforma en una impoluta nube de humo naranja y el paisaje de mi corazón se tiñe de gris para siempre.

PD: Si estas ahí, si todavía podes oírme, por favor, deja la luz prendida para dormir.

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