sábado, 5 de junio de 2010

Impulsar.

Estoy naufragando en el golfo de los recursos marchitos. La rendija que me propino un fuerte golpe en la cabeza se burlo de mis ojeras, y no pude reprimir un grito ahogado.
Hay un desfile de disparates parlanchines en la calle principal del pueblo, que es el ángulo antagónico de Luvina. Donde todos cantan, todos bailan y yo también (pero no antes de naufragar).
Necesite comprar un casete para rebobinar la película de mi vida, para lo cual horneé galletas de avena y miel, que luego cambie por una enorme paleta de caramelo Y deje para otra ocasión aquello del casete, aquello de mi vida...)
Al regresar de desfile, me pareció vislumbrar un poderoso destello blanco. Volví sobre mis pasos, hasta el fin de la calle que acababa de dejar atrás. Me adentre en la vaga oscuridad y di con una lámpara maravillosa, aunque inservible en su totalidad.
La luz provoco en mí un profundo estado de somnolencia, de manera tal que sentí de pronto un irrefrenable deseo de tenderme sobre cualquier superficie y dormir, aunque más no fuera por algunos absurdos momentos.
Mis parpados fueron dos telones nulos e inmensamente pesados. Los deje caer casi como una premisa divina. El calor que me abrazaba desde el aire se hizo cada vez más insoportable, y como por arte de magia, una oleada de frío se apodero de mí. Ahora ya no tengo calor, dicha brisa actuó como un elixir reparador dentro de mi cotidianeidad de ciclotímica imperfecta.

Leyon, harta de insistir.

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