domingo, 1 de julio de 2007

Inedito...


Éramos en un espacio tranquilo, sin sobresaltos mayores por los cuales preocuparse demasiado. Nuestra rutina era solo eso: rutina. Corriente, uniforme, estructurada e inalterable. Vestíamos atuendos de gente normal, ocupada, gris. Todo gris o entre sus peculiares matices (recurso agotado). Nuestro tiempo valía oro, era oro, mas que todo y no era nada. Se escurría como agua, como arena, como tiempo perdido, era triste.
Mirábamos siempre como al pasar, sin detenernos, sin ensimismarnos con ningún rostro, ninguna mirada, ningún jardín. Sin tener ganas de devorar con los ojos a ninguna criatura a nuestro alrededor. Los aromas eran perfumes importados, que protegíamos en sus valiosísimos estuches, eran solo una marca (aerozeppelin).
Hacíamos el amor como nunca habíamos aprendido, como nunca nadie nos había enseñado. Mecánicos, estáticos, inertes. Escenas repletas de rituales demagogos, desprovistos de caricias sanas y melancólicas. Siempre en los límites del placer, fuera de el. Espiándolo apenas, por la abertura que se dejaba adivinar en los portales del deseo, que jamás nos quiso, pobre de nosotros idiotas.

No hay comentarios: